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de los efectos secundarios del quehacer científico. Mención especial
quisiera hacer en este momento a mi admirado Fernando Baquero
por acercarse a la ciencia desde una condición puramente humanis-
ta, abierta, original y trascendente: un auténtico modelo a seguir.
Mi carrera científica se ha visto complementada y enriquecida en
todo momento por la labor docente que he podido desarrollar en
plenitud, dando sentido al espíritu universitario que se alimenta en
la investigación y desemboca en la transmisión de conocimientos.
Es por ello que sumo a esta larga lista de agradecimientos el que
debo a todos los estudiantes que han pasado por mis aulas durante
los últimos cuarenta años.
Jorge Luis Borges escribía hace unos años un elegantísimo poema
titulado “Las causas” en el que enumeraba de manera épica las
situaciones más diversas que hubieron de darse para que el pre-
sente sucediera de esta manera precisa. Tomo prestado el último
verso con el que concluye el poema en el que dice: “… Se precisaron
todas estas cosas para que nuestras manos se encontraran”. Hoy
me encuentro con todos ustedes felizmente juntos en este foro de
conocimiento compartido.
Antes de afrontar mi discurso, permítanme que dedique mis úl-
timas palabras en recuerdo al Profesor Don Julio Rodríguez Vi-
llanueva. Le cito en este momento con emoción pues fue él quien
ocupara la medalla 24 que me concede hoy esta Institución. Fue
maestro de mi maestro y de muchos otros destacados discípulos
que esparcieron su semilla científica a lo largo de la geografía es-
pañola. Su legado constituye una verdadera escuela de Microbio-
logía, a la que me honro en pertenecer. Previamente, esta misma
medalla fue ocupada por el Profesor Don Eliseo Gastón de Iriarte,
microbiólogo también. Los antecedentes que recaen sobre la meda-
lla 24 imprimen sobre mi ánimo una enorme responsabilidad a la
vez que una gran satisfacción.
Tratar de glosar la excelente y abrumadora biografía, así como el
fecundo legado del Profesor Rodríguez Villanueva, es una tarea in-
abarcable. Su mente lúcida, su potente energía, su anticipación al
futuro, su pasión científica, su espíritu crítico y su responsabilidad
ante la sociedad, son algunos de los rasgos por los que la ciencia
le reconoce como una auténtica auctoritas. Una autoridad funda-
mentada en el prestigio, el respeto y la confianza que genera un
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