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Recuerdo perfectamente cuando conocí al Dr. Nombela, aquel jo-
ven profesor que había estado en el Departamento de Bioquímica
del New York University Medical Center bajo la dirección de Seve-
ro Ochoa. Yo acababa de terminar la carrera. Intuía entonces que
mi destino profesional podría estar ligado a la investigación cientí-
fica. Durante la cena de graduación en Farmacia antes del verano
de 1979, mis amigas farmacéuticas propiciaron mi primer contacto
con él, lo que me animó a acercarme a la Cátedra de Microbiología.
Él dirigió mis primeros pasos y con él comencé mi incursión en el
mundo de las levaduras, lo que desencadenó mi gran pasión por la
investigación y mi encuentro con el profesor Miguel Sánchez, uno
de los investigadores más carismáticos, estimulantes y generosos
con los que he tenido la suerte de compartir la Ciencia. Con el con-
sejo y la confianza del Dr. Nombela me trasladé a la Universidad de
Nottingham para aprender las nuevas tecnologías de DNA recom-
binante, donde otro referente en mi desarrollo científico, Melanie
Dobson, me enseñó a trabajar con rigor e independencia.
Mi vida profesional ha sido realmente afortunada. Agradezco pro-
fundamente a todos y cada uno de mis compañeros del Departa-
mento de Microbiología (y ahora también de Parasitología) lo fácil
que han hecho la convivencia de nuestra gran familia académica.
En especial a Concha Gil, compañera y amiga desde el principio
de nuestras vidas. Nuestras trayectorias académicas y personales
han discurrido de manera paralela y ello me ha permitido seguir su
ejemplo con mucha admiración y cariño. En cuanto a mi labor in-
vestigadora, nunca hubiera sido posible sin el excelente grupo que
me ha acompañado y arropado todos estos años. Cuando se tiene
la buena suerte de contar con dos científicos de la talla intelectual
y humana de Humberto Martín y Víctor Jiménez Cid, el viento so-
pla a favor. En términos biológicos, definiría nuestro trabajo diario
como una simbiosis científica perfecta.
Es mi deseo mostrar en este momento toda mi gratitud a cada una
de las personas que han compartido una parte de su vida en nues-
tro laboratorio y que tanto me han enseñado con su juventud y
entusiasmo, pues creo firmemente en el trabajo en equipo como
motor de avance de la ciencia. Y, por supuesto, a tantos otros co-
legas que desde sus laboratorios nos han proporcionado esa sensa-
ción de estar aportando algo en común al progreso de la ciencia.
Contar, además, con la amistad de todos ellos, es el más valioso
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